Después de algún tiempo de ausencia en el blog (más no en pensamiento ni acción) vuelvo a publicar algo para ti, en esta ocasión, un extracto del libro Isis sin Velo vol. 1 de Madame Blavatsky, libro que leímos en la logia Morya y que nos tomó casi dos años discutir. Ahora, releyendo, me pareció interesante el tema: ¿Quién no ha experimentado un Déja vu? Sensación que tenemos al recordar algo que aún no hemos vivido, un "esto ya lo viví" "siento que ya te conocí" "yo ya estuve aquí". A pesar de que podría argüirse a favor de la teoría de la Reencarnación, HPB nos explica desde el punto de vista del ocultismo el fénomeno, que se debe en gran parte a las travesuras de nuestro cuerpo astral durante el sueño. Leamos pues:
La memoria, cuya naturaleza
funcional es desesperación del materialista, enigma para el psicólogo y esfinge
para el científico, es para el estudiante de filosofía antigua la potencia
compartida con muchos animales inferiores, mediante la cual, inconscientemente,
ve en su interior iluminadas por la luz astral las imágenes de pasados
pensamientos, actos y sensaciones. El estudiante de ocultismo no ve en los
ganglios cerebrales “micrógrafos de lo vivo y de lo muerto, de lugares en que
hemos estado y de sucesos en que hemos intervenido”, sino que acude al
vasto receptáculo donde por toda la eternidad se almacenan las vibraciones del
cosmos y los anales de las vidas humanas.
La ráfaga de memoria que según
tradición representa a los náufragos las escenas de su vida pasadda, como el
fulgor del relámpago descubre momentáneamente el paisaje a los ojos del
viajero, no es más que la súbita ojeada que el alma, en lucha con el peligro,
da a las silenciosas galerías en que está pintada su historia con
impalidecibles colores.
Por la misma causa suelen sernos familiares ciertos
parajes y comarcas en que hasta entonces no habíamos estado y recordar
conversaciones que por vez primera oímos o escenas acabadas de ocurrir, según
de ello hay noventa por ciento de testimonios. Los que creen en la
reencarnación aducen estos hechos como otras tantas pruebas de anteriores
existencias, cuya memoria se aviva repentinamente en semejantes circunstancias.
Sin embargo, los filósofos de la antigüedad y de la Edad Media opinaban que si
bien este fenómeno psicológico es uno de los más valiosos argumentos a favor de
la inmortalidad y preexistencia del alma, no lo es en pro de la reencarnación,
por cuanto la memoria anímica es distinta de la cerebral. Como elegantemente
dice Eliphas Levi: “la naturaleza cierra las puertas después de pasar una cosa
e impele la vida hacia delante”, en más perfeccionadas formas. La crisálida se
metamorfosea en mariposa, pero jamás vuelve a ser oruga. En el silencio de la
noche, cuando el sueño embarga los corporales sentidos y reposa nuestro cuerpo
físico, “queda libre el astral, según dice Paracelso, y deslizándose de su
terrena cárcel, se encamina hacia sus progenitores y platica con las
estrellas”. Los sueños, presentimientos, pronósticos, presagios y vaticinios son
las impresiones del cuerpo astral en el cerebro físico, que las recibe más o
menos profundamente, según la intensidad del riego sanguíneo durante el sueño.
Cuanto más débil esté el cuerpo físico, más vívida será la memoria anímica y de
mayor libertad gozará el espíritu.
Cuando después de profundo y reposado sueño
sin ensueños se restituye el hombre al estado de vigilia, no conserva recuerdo
alguno de su existencia nocturna y, sin embargo, en su cerebro están grabadas,
aunque latentes bajo la presión de la materia, las escenas y paisajes que vio
durante su peregrinación en el cuerpo astral. Estas latentes imágenes pueden
revelarse por los relámpagos de anímica memoria que establecen momentáneos
intercambios de energía entre el universo vivible y el invisible, es decir,
entre los ganglios micrográficos cerebrales y las películas escenográficas de
la luz astral. Por lo tanto, un hombre que nunca haya estado personalmente en
un paraje ni visto a determinada persona, puede asegurar que ha estado y la ha
visto, porque adquirió el conocimiento mientras actuaba en “espíritu”. Los
fisiólogos sólo pueden objetar a esto diciendo que en el sueño natural y
profundo está la voluntad inerte y es incapaz de actuar, tanto más cuanto no
creen en el cuerpo astral y el alma les parece poco menos que un mito poético.
Blumenbach afirma que durante el sueño queda en suspenso toda comunicación
entre cuerpo y mente; pero Richardson, de la Sociedad Real de Londres,
redarguye acertadametne al fisiólogo alemán, diciéndole que se ha excedido en
sus afirmaciones, pues no se conocen todavía a punto fijo las relaciones entre
cuerpo y mente. Añadamos a esta opinión la del fisiólogo francés Fournié y la
del eminente médico inglés Allchin, quien confiesa con entera franqueza que no
hay profesión científica de tan insegura base como la medicina, y veremos que
no sin justicia deben oponerse las ideas de los sabios antiguos frente a las de
la ciencia moderna.